Para la clase de Proyecto de Ilustración tuvimos que escoger un cuento y crear las ilustraciones.
Descubrí que Italo Calvino escribió una recompilación de cuentos populares italianos y decidí ilustrar la falsa abuela, que se dice sea una versión de la Caperucita muy cercana a la historia original, antes de los cambio introducido por los hermanos Grimms. Aquí la caperucita se salva sola, gracias a su astucia y sin la ayuda del cazador :)
Técnica mixta: acuarela y lápizes de colores (DINA3 y DINA4)
Aquí va el texto de "La falsa abuela":
Una madre tenía que cerner la harina. Mandó a su hija a casa de la abuela para que le prestara el cedazo. La
niña preparó la canastita con la merienda: rosquillas y pan con aceite; y se puso en camino.
Llegó al río Jordán.
—Río Jordán, ¿me dejarás pasar?
—Sí, si me das tus rosquillas.
Al río Jordán le gustaban las rosquillas y se divertía haciéndolas girar en sus remolinos.
La niña arrojó las rosquillas al río y el río abrió sus aguas y la dejó pasar.
La niña llegó a la Puerta Rastrillo.
—Puerta Rastrillo, ¿me dejarás pasar?
—Sí, si me das tu pan con aceite.
A la Puerta Rastrillo le gustaba el pan con aceite, porque tenía los goznes herrumbrados y el pan con aceite se los lubricaba.
La niña le dio el pan con aceite y la puerta de abrió y la dejó pasar.
Llegó a casa de la abuela, pero la puerta estaba cerrada.
—Abuela, abuela, ven a abrirme.
—Estoy en la cama, enferma. Entra por la ventana.
—Está muy alta
—Entra por la gatera.
—Es muy angosta.
—Entonces espera.
Cogió una cuerda y la tiró por la ventana. El cuarto estaba a oscuras. En la cama estaba la Ogresa, no la abuela, porque a la abuela se la había comido la Ogresa, enterita de la cabeza a los pies, salvo los dientes, que había puesto a cocer en una ollita, y las orejas, que había puesto a freír en una sartén.
—Abuela, mamá quiere el cedazo.
—Ahora es tarde. Mañana te lo doy. Ven a acostarte.
—Abuela, tengo hambre. Primero quiero cenar.
—Come las habichuelas que hay en la olla.
En la olla estaban los dientes. La niña revolvió con la cuchara y dijo:
—Abuela, están muy duras.
—Entonces cómete los buñuelos que hay en la sartén.
En la sartén estaban las orejas. La niña las tocó con el tenedor y dijo:
—Abuela, no están crujientes.
—Entonces, ven a acostarte. Comerás mañana. La niña se acostó junto a la abuela. Le tocó una mano y dijo: —¿Por qué tienes las manos tan peludas, abuela?
—Porque llevaba muchos anillos en los dedos.
Le tocó el pecho.
—¿ Por qué tienes el pecho tan peludo, abuela?
—Porque llevaba muchos collares en el cuello.
Le tocó las caderas.
—¿Por qué tienes las caderas tan peludas, abuela?
—Porque llevaba un corsé muy apretado.
Le tocó la cola y pensó que la abuela no había tenido nunca cola ni peluda ni sin pelos. Ésa debía de ser la Ogresa, no la abuela. Entonces dijo:
—Abuela no puedo dormirme si primero no voy a hacer una necesidad.
—Ve al establo —dijo la abuela—. Yo te bajo por la claraboya y después te subo.
La ató con la cuerda y la bajó al establo. En cuanto llegó abajo la niña se desató y sujetó la cuerda a una cabra.
—¿Has terminado? —dijo la abuela.
—Un momentito. —Terminó de atar la cabra—. Sí, terminé. Álzame.
La Ogresa tira y tira y la niña se pone a gritar:
—¡Ogresa peluda! ¡Ogresa peluda!
Abre el establo y sale corriendo. La Ogresa tira y sube la cabra. Salta de la cama y corre detrás de la niña.
A la Puerta Rastrillo la Ogresa le gritó de lejos:
Llegó al río Jordán.
—Río Jordán, ¿me dejarás pasar?
—Sí, si me das tus rosquillas.
Al río Jordán le gustaban las rosquillas y se divertía haciéndolas girar en sus remolinos.
La niña arrojó las rosquillas al río y el río abrió sus aguas y la dejó pasar.
La niña llegó a la Puerta Rastrillo.
—Puerta Rastrillo, ¿me dejarás pasar?
—Sí, si me das tu pan con aceite.
A la Puerta Rastrillo le gustaba el pan con aceite, porque tenía los goznes herrumbrados y el pan con aceite se los lubricaba.
La niña le dio el pan con aceite y la puerta de abrió y la dejó pasar.
Llegó a casa de la abuela, pero la puerta estaba cerrada.
—Abuela, abuela, ven a abrirme.
—Estoy en la cama, enferma. Entra por la ventana.
—Está muy alta
—Entra por la gatera.
—Es muy angosta.
—Entonces espera.
Cogió una cuerda y la tiró por la ventana. El cuarto estaba a oscuras. En la cama estaba la Ogresa, no la abuela, porque a la abuela se la había comido la Ogresa, enterita de la cabeza a los pies, salvo los dientes, que había puesto a cocer en una ollita, y las orejas, que había puesto a freír en una sartén.
—Abuela, mamá quiere el cedazo.
—Ahora es tarde. Mañana te lo doy. Ven a acostarte.
—Abuela, tengo hambre. Primero quiero cenar.
—Come las habichuelas que hay en la olla.
En la olla estaban los dientes. La niña revolvió con la cuchara y dijo:
—Abuela, están muy duras.
—Entonces cómete los buñuelos que hay en la sartén.
En la sartén estaban las orejas. La niña las tocó con el tenedor y dijo:
—Abuela, no están crujientes.
—Entonces, ven a acostarte. Comerás mañana. La niña se acostó junto a la abuela. Le tocó una mano y dijo: —¿Por qué tienes las manos tan peludas, abuela?
—Porque llevaba muchos anillos en los dedos.
Le tocó el pecho.
—¿ Por qué tienes el pecho tan peludo, abuela?
—Porque llevaba muchos collares en el cuello.
Le tocó las caderas.
—¿Por qué tienes las caderas tan peludas, abuela?
—Porque llevaba un corsé muy apretado.
Le tocó la cola y pensó que la abuela no había tenido nunca cola ni peluda ni sin pelos. Ésa debía de ser la Ogresa, no la abuela. Entonces dijo:
—Abuela no puedo dormirme si primero no voy a hacer una necesidad.
—Ve al establo —dijo la abuela—. Yo te bajo por la claraboya y después te subo.
La ató con la cuerda y la bajó al establo. En cuanto llegó abajo la niña se desató y sujetó la cuerda a una cabra.
—¿Has terminado? —dijo la abuela.
—Un momentito. —Terminó de atar la cabra—. Sí, terminé. Álzame.
La Ogresa tira y tira y la niña se pone a gritar:
—¡Ogresa peluda! ¡Ogresa peluda!
Abre el establo y sale corriendo. La Ogresa tira y sube la cabra. Salta de la cama y corre detrás de la niña.
A la Puerta Rastrillo la Ogresa le gritó de lejos:
—¡Puerta Rastrillo, no la dejas pasar!
Pero la puerta rastrillo dijo:
—Porque me dio pan con aceite, la dejo pasar. Al Río Jordán la Ogresa le gritó:
—¡Río Jordan, no la dejas pasar!
Pero el Río Jordán dijo:
—Porque me dio rosquillas, la dejo pasar.
Cuando la Ogresa quiso pasar, el Río Jordán no abrió las aguas y la corriente la arrastró. Desde la orilla la niña le hacía muecas de burla.
Pero la puerta rastrillo dijo:
—Porque me dio pan con aceite, la dejo pasar. Al Río Jordán la Ogresa le gritó:
—¡Río Jordan, no la dejas pasar!
Pero el Río Jordán dijo:
—Porque me dio rosquillas, la dejo pasar.
Cuando la Ogresa quiso pasar, el Río Jordán no abrió las aguas y la corriente la arrastró. Desde la orilla la niña le hacía muecas de burla.
2 comentarios:
Qué bonita, me encanta. Y los dibujos son estupendos.Muchas gracias! Cuando nos veamos hablamos de cuentos... En los últimos años he descubierto el placer de leer cuentos con la mirada del adulto...
Qué cuento tan inesperado. Muy buenas las ilustraciones.
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